ricardo dominguez on Fri, 21 Sep 2001 17:27:20 +0200 (CEST)


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[nettime-lat] El 'factor Dios'


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Martes, 18 de septiembre de 2001

El 'factor Dios'
Jose' Saramago

En algu'n lugar de la India. Una fila de piezas de artilleri'a en posicio'n.
Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la
fotografi'a, un oficial brita'nico levanta la espada y va a dar orden de
disparar. No disponemos de ima'genes del efecto de los disparos, pero hasta
la ma's obtusa de las imaginaciones podra' 'ver' cabezas y troncos dispersos
por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vi'sceras, miembros amputados.
Los hombres eran rebeldes. En algu'n lugar de Angola. Dos soldados
portugueses levantan por los brazos a un negro que quiza' no este' muerto,
otro soldado empu~a un machete y se prepara para separar la cabeza del
cuerpo. Esta es la primera fotografi'a. En la segunda, esta vez hay una
segunda fotografi'a, la cabeza ya ha sido cortada, esta' clavada en un palo,
y los soldados se ri'en. El negro era un guerrillero. En algu'n lugar de
Israel. Mientras algunos soldados israeli'es inmovilizan a un palestino,
otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El
palestino habi'a tirado piedras. Estados Unidos de Ame'rica del Norte,
ciudad
de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por
terroristas relacionados con el integrismo isla'mico, se lanzan contra las
torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un
tercer avio'n causa da~os enormes en el edificio del Penta'gono, sede del
poder be'lico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los
escombros, reducidos a migajas, volatilizados, se cuentan por millares.

Las fotografi'as de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la
cara, las vi'ctimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la
ago'nica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo parecio'
irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una cata'strofe
cinematogra'fica ma's, realmente arrebatadora por el grado de ilusio'n
conseguido por el te'cnico de efectos especiales, pero limpio de estertores,
de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de
mierda. El horror, escondido como un animal inmundo, espero' a que
salie'semos de la estupefaccio'n para saltarnos a la garganta. El horror
dijo
por primera vez 'aqui' estoy' cuando aquellas personas se lanzaron al vaci'o
como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror
aparecera' a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una
chapa de aluminio retorcida, y sera' una cabeza irreconocible, un brazo, una
pierna, un abdomen deshecho, un to'rax aplastado. Pero hasta esto mismo es
repetitivo y mono'tono, en cierto modo ya conocido por las ima'genes que nos
llegaron de aquella Ruanda- de-un-millo'n-de-muertos, de aquel Vietnam
cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de
aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraqui'es
sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas ato'micas que
arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis
vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cada'veres como si se
tratase de basura. Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha
perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que
los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la ma's criminal, la
ma's absurda, la que ma's ofende a la simple razo'n, es aquella que, desde
el
principio de los tiempos y de las civilizaciones, manda matar en nombre de
Dios. Ya se ha dicho que las religiones, todas ellas, sin excepcio'n, nunca
han servido para aproximar y congraciar a los hombres; que, por el
contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de
matanzas, de monstruosas violencias fi'sicas y espirituales que constituyen
uno de los ma's tenebrosos capi'tulos de la miserable historia humana. Al
menos en se~al de respeto por la vida, deberi'amos tener el valor de
proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable,
pero la mayori'a de los creyentes de cualquier religio'n no so'lo fingen
ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos
para quienes Dios no es ma's que un nombre, nada ma's que un nombre, el
nombre que, por miedo a morir, le pusimos un di'a y que vendri'a a
dificultar
nuestro paso a una humanizacio'n real. A cambio nos prometi'a parai'sos y
nos
amenazaba con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos
descarados a una inteligencia y a un sentido comu'n que tanto trabajo nos
costo' conseguir. Dice Nietzsche que todo estari'a permitido si Dios no
existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es
por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor,
principalmente lo ma's horrendo y cruel. Durante siglos, la Inquisicio'n
fue,
tambie'n, como hoy los taliba'n, una organizacio'n terrorista dedicada a
interpretar perversamente textos sagrados que deberi'an merecer el respeto
de quien en ellos deci'a creer, un monstruoso connubio pactado entre la
Religio'n y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el ma's
humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la hereji'a, el
derecho a escoger otra cosa, que so'lo eso es lo que la palabra hereji'a
significa.

Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha
existido ni existira' nunca, inocente de haber creado un universo entero
para colocar en e'l seres capaces de cometer los mayores cri'menes para
luego
justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria,
mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de
Nueva York, y todos los dema's que, en nombre de un Dios convertido en
asesino por la voluntad y por la accio'n de los hombres, han cubierto e
insisten en cubrir de terror y sangre las pa'ginas de la Historia. Los
dioses, pienso yo, so'lo existen en el cerebro humano, prosperan o se
deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el `factor
Dios', ese, esta' presente en la vida como si efectivamente fuese due~o y
se~or de ella. No es un dios, sino el `factor Dios' el que se exhibe en los
billetes de do'lar y se muestra en los carteles que piden para Ame'rica (la
de Estados Unidos, no la otra...) la bendicio'n divina. Y fue en el `factor
Dios' en lo que se transformo' el dios isla'mico que lanzo' contra las
torres
del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y
de la venganza contra las humillaciones. Se dira' que un dios se dedico' a
sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible,
y quiza' sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha
sido el `factor Dios', ese que es terriblemente igual en todos los seres
humanos donde quiera que este'n y sea cual sea la religio'n que profesen,
ese
que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias
ma's so'rdidas, ese que no respeta sino aquello en lo que manda creer, el
que
despue's de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabo' por hacer
del hombre una bestia.

Al lector creyente (de cualquier creencia...) que haya conseguido soportar
la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que
se pase al atei'smo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que
comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razo'n, que, si hay
Dios, hay un solo Dios, y que, en su relacio'n con e'l, lo que menos importa
es el nombre que le han ense~ado a darle. Y que desconfi'e del `factor
Dios'. No le faltan enemigos al espi'ritu humano, mas ese es uno de los ma's
pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente
seguira' demostra'ndose.
http://www.elpais.es/articulo.html?d_date 010918&xref
010918elpepiopi_7&typeTes&anchorelpepiopi





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