inventivasocial on Sat, 31 Jan 2004 22:34:43 +0100 (CET)


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[nettime-lat] CRÓNICA DE UNA MUERTE ANUNCIADA



Voces*


¿Quién pena en el violín? 
                                                                                

más allá de las voces que no están

Se hizo noche de pronto y sin querer

las sombras arrinconan ..


Las voces ya no están 

 tapizan las calles de un silencio feroz.

codicias y vacíos es todo lo que hay..


Tal vez será el rumor de aquellos que una vez,

unas sombras que vuelven a buscar su final.

Suena un piano acariciando ausencias.

tal vez serán sus voces, sus sueños que no están


cansados de temblar, individuales, tristes
recobremos los signos , los relatos , los cantos.
                  el brillo de satén que tenían  las calles.


Y que el río vestido de innumerables luces,


nos devuelva la furia ,


                      nuestra perdida voz.


                                            * de  Cristina Villanueva. pluma@velocom.com.ar




Crónica de una muerte anunciada* 

* Carlos del Frade 
ARGENPRESS.info / La Fogata

Desde el año 1995 los tribunales provinciales tienen un documento escrito por oficiales policiales que revelan el funcionamiento de las cajas negras, los distintos peajes que se pagan a La Santafesina SA para garantizar el desarrollo de comercios ilegales, desde la prostitución al narcotráfico.

No hubo novedades políticas. Aquello siguió su curso. Las dos administraciones de Carlos Reutemann dejaron hacer a los integrantes de la policía. Y cuando el primer gobierno de Jorge Obeid se sacó de encima a media docena de torturadores del terrorismo de estado la policía le hizo llegar un mensaje amenazador: si llegaban a exonerar a uno más, se quebraba la paz institucional en la provincia. Eso fue lo que le confesó a este cronista el ex vicegobernador de aquella gestión, el ingeniero Gualberto Venesia. Corría el año 1998 y a quince años de funcionamiento de la democracia la policía de la provincia de Santa Fe tenía el suficiente poder para hacer peligrar la paz institucional. En el año 2002, una investigación de ese medio reveló la explotación sexual infantil en la zona de la estación terminal de ómnibus 'Mariano Moreno' de la ciudad de Rosario. Las escuchas telefónicas que hizo la justicia federal revelaron las complicidades de los policías de la seccional séptima y de Moralidad Pública. El asesinato de Sandra Cabrera se dio en ese lugar y tiene como principales imputados a oficiales y suboficiales que generalmente trabajan y trabajaron en la zona de la Terminal. Esta es la historia que demuestra la existencia de distintas mafias dentro de la policía santafesina y de la increíble indiferencia que produjo el poder político provincial. Los resultados de nueve años de indolencia están en el asesinato de la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Rosario. 
Las cajas negras, 1995

Hacia febrero de 1995 el senador provincial Osvaldo Salomón denunció que el estado santafesino deja de recaudar 700 mil pesos mensuales por el juego clandestino. La mayor recaudación por quiniela oficial fueron 40 millones de pesos durante 1994, por la provincia. 
Según Salomón, 'existen conexiones entre el juego ilegal y el tráfico de drogas en Santa Fe'. 
Y hacia marzo de 1995 se volvía a informar algo que desde la vicegobernación de Antonio Vanrell, en 1988, era, por lo menos, una noticia repetida: la DEA 'equipa' a la policía santafesina. 
También por esos días se informaba que cien kilogramos diarios de droga circulan en la Argentina. Los diarios nacionales indicaban que el 90 por ciento de las sustancias se utiliza para el consumo. 
En la provincia, como siempre, la policía maneja la calle. 
Y los que manejan la calle son, por lo menos, los vigilantes de los negocios legales e ilegales. 
La droga ya formaba parte de las cajas negras policiales. 
Un documento que llegó a manos de un camarista penal de la Justicia provincial, Oto Crippa García, así lo indicaba. 
El texto está firmado por 'Oficiales de la Unidad Regional II', fechado el 3 de abril de 1995, y se encuentra en varios despachos de jueces provinciales rosarinos desde entonces. 
Tiene el logo de la policía y se presenta como 'Comunicado Nº 5'. 
Su contenido, más allá de la denuncia sobre recaudadores oficiales del dinero extralegal, explica, en cierta medida, el porqué de la falta de seguridad en el sur de Santa Fe. 
'...Las circunstancias que hacen que la indisciplina, desmoralización y agobiante corrupción no tienen su origen en las bases del personal, pero si el 'asalto' que se viene llevando a cabo a la seguridad de los habitantes de Rosario y zona sur de la provincia por parte de 'superiores' carentes de moral y la más mínima vergüenza', sostiene un fragmento del documento. 
Se afirma que 'cuando en diciembre de 1991, el señor teniente coronel don Rodolfo Enrique Riegé fue designado secretario de Seguridad Pública, se consideró dueño del 'botín' y, para ello, de inmediato se aprestó a poner en operaciones a los integrantes de su antiguo 'equipo', pero no para darle seguridad a la población, tranquilidad y todo lo que atañe a la función policial, sino para poner en ejecución sus viejos planes de corrupción y enriquecimiento que ya había llevado a cabo cuando fue jefe de Policía de Rosario'. 
Sostiene el escrito que en una reunión en una quinta de Funes 'todos hombres prácticos y operativos pusieron precios a las unidades regionales del sur y fundamentalmente Rosario, que era la perla más codiciada'. 
El fragmento agrega que 'no habían tenido en cuenta que en Rosario estaba de jefe de Policía el comisario general Atilio Bléfari y a quien Riegé empezó a hostigar y ya impaciente, como no conseguía doblegarlo, antes de fin de 1991, lo cita a la ciudad de Santa Fe y en horas de la tarde, en su despacho, lo intima para que 'apriete' más, es decir, que elevara los 'impuestos policiales' que percibía Blefari y que le fueran entregados a él (Riegé) y en caso contrario lo relevaría y luego lo pasaría a retiro'. 
Sigue denunciando que 'Chirino, como cariñosamente le dicen sus íntimos a Blefari, no se dejó doblegar y allí empezó la lucha para posesionarse de la Unidad Regional II, para desgracia nuestra y de toda la población, que ya en este momento por el creciente desgaste y corrupción no tiene policía, ni seguridad ni esperanzas'. 
El 'comunicado' terminaba con un informe del 'cuadro demostrativo de ingresos extralegales', en el que primeramente se detallan los códigos de los 'impuestos policiales'. 
1, correspondiente a Leyes Especiales, 'quiniela clandestina, apuestas de caballos, timbas, bingos clandestinos, maquinitas'; 2, Moralidad Pública, 'narcotraficantes, drogadictos, prostitución, explotadores, proxenetas, wiskerías, discotecas, moteles'; 3, Robos y Hurtos, 'piratas del asfalto, asaltantes de bancos, ladrones de autos, punguistas, contrabandistas, desarmaderos'; 4, Seguridad Pública, 'médicos, parteras, clínicas, aborteras, curanderismo'; 5, Guardia Rural, 'generalidades, sin especialidad'; 6, Guardia de Infantería, 'generalidades, sin especialidad'; 7, Policía de Menores, 'wiskerías, discotecas, bailables, moteles'. 
Desde 1992 a 1995, el informe aseguraba que se recaudaron, 'por izquierda', 12.300.000 pesos, a razón de 300 mil pesos mensuales en la Unidad Regional II. 
La denuncia fue desestimada o, por lo menos, no siguió investigándose.

Febrero de 2002: prostitución infantil en la zona de la terminal rosarina

Una quincena de chicas, menores de veintiún años -muchas de ellas traídas del Paraguay-, eran explotadas en tres locales nocturnos ubicados en Callao al 100 bis, Callao al 200 y en Cafferata y Santa Fe, enfrente de la Terminal de Omnibus Mariano Moreno en la ciudad de Rosario. Se las obligaba a ejercer la prostitución, no se les permitía abrir la heladera de los 'escondites' en las que se encuentran hacinadas y debían pagar una suma de 500 pesos semanales a sus rufianes, a quienes tratan siempre de 'don'. 
La información surgió de escuchas telefónicas legales que se llevaron a cabo en el curso de una investigación judicial que tiene otros objetivos y que, de pronto, se topó con esta forma de explotación de menores en una de las zonas más emblemáticas de la ciudad. 
Urgía que la Justicia provincial rosarina se hiciera cargo de seguir esta línea de averiguaciones. 
De las grabaciones surgían presuntas responsabilidades de integrantes de la Comisaría Séptima, no solamente por el conocimiento del negocio sino también por el otorgamiento de certificados de extravío de documentos para tapar la edad de las menores. 
También aparecían sumas que supuestamente deben pagarse en concepto de coimas para distintas áreas policiales. 
De acuerdo a los datos de UNICEF, más de un centenar de niños y niñas serían explotados sexualmente en Rosario.

'Esta pibita es jovencita'

Los diálogos de las escuchas telefónicas parecen formar parte de una novela de los años veinte, cuando en el viejo barrio de Pichincha, pegado a la estación de trenes Rosario Norte, florecían los burdeles y reinaba el poderío económico de la Swi Migdal, la sociedad que explotaba a las mujeres venidas de Polonia y Laponia, entre otros países europeos. 
Sin embargo son palabras que describen hechos que se producen desde octubre y noviembre del año pasado y que nadie sabe, con exactitud, cómo siguen creciendo y desarrollándose en el presente. 
Hay que 'decirle a Mirta que me mande algunas mujeres... con maridos, por ahora. Que Mirta me la mande a la Eugenia... Sabe trabajar con marido', le señala una encargada de local a la otra. 
El 25 de octubre de 2001 Mirta le contó a Lidia: 'Capaz que te mando las argentinas mías. Las paraguayas no porque se van para cualquier lado, viste'. 
Ese mismo día se verificó otra llamada en la que se decía que 'son muy chicas. Para la puerta sirven. Es hasta que venga el otro grupo de Santa Fe'. Los investigadores que están a cargo del caso apuntaron en el expediente que 'queda demostrado el comercio de la prostitución. Las mujeres son tratadas como materia para ganar dinero sin importar las personas'. Un día después, los propios encargados del seguimiento judicial señalaron que 'Lidia comenta que recibió a una chica a comer que le llevó la Mirta. Tiene cinco. 'Esta pibita es jovencita', remarcaron los profesionales. 
'Estoy yendo con las chicas que se van a Paraguay. Acercate a la boletería que van para Posadas', le dice por intermedio de su teléfono celular Mirta a Lidia. Le recomienda que utilice la empresa Crucero del Norte. 
A mediados de noviembre, Mirta le hizo un nuevo pedido a Lidia. 'Llamame a ver si esta chica para buscar los documentos (sic)... A descansar unos días. Esa piba no es mala, es buenita la piba, viste'. 
Hay bronca con parte de la policía. 'Vamos a comer cascotes culpa de esos conchudos', se despachó Mirta. 

Policías, documentos y dinero 

El 30 de octubre de 2001 la comunicación abre el espectro del negocio a las potenciales conexiones policiales. 
Llegaron 'dos chicas de 18 (años) de Pergamino que son lindas, que buscan trabajo. Una posee documentos y la otra no. (Hay que) llevarlas a lo de Fornero para que le saque un papel de extravío'. Las 'chicas' están trabajando en El Monito, en Callao 127 bis. 
-Ustedes tienen el libro al día, asentadas las mujeres... 
-Lo único que faltaría serían las últimas que entraron ahora -expresa uno de los diálogos del 31 de octubre en el que se refleja la existencia de una prolija e ilegal contabilidad que habla del movimiento de 'chicas' entre los tres locales nocturnos. 
Otro de los llamados exhibe la dimensión del negocio. A través de los servicios de la empresa postal Western Union, de calle Córdoba y Buenos Aires, las 'madamas' decidieron enviar dinero a la capital paraguaya el 4 de noviembre de 2001: '(Hay que) mandar 10 mil dólares a Asunción'. 
Pero ese dinero solamente es posible si existe una red de complicidades con quienes deben proteger la seguridad. Silvia le aconsejó a Lidia el 12 de noviembre: 'Decile que vos vas a llamar a la 7ª. Averiguá bien. Hablá con Fornero. Decile que ahí está Minoridad. Que vos no tenés ninguna menor pero que te están pidiendo 50 pesos que hay que colaborar. Que Fornero se vaya hasta ahí. Que te dé un recibo de los 50 pesos que vos le das'. 
Los actuales titulares de la Comisaría Séptima son el comisario principal Pablo Insaurralde y el subcomisario Hugo Alberto Fornero. 
Ese día el tema de los llamados era la intromisión de los integrantes de Moralidad policial en las relaciones comerciales de las madamas y de los rufianes. Algo que, evidentemente, no estaban incluido en el presupuesto original. 
-Es gente de Moralidad que está buscando problemas con nosotros. Le queremos hacer cerrar el escondite. Busca mierda. 
-¿Todas son mayores de 22 años? 
-La Rodríguez tiene 19 pero tiene documentos de 22. 
-Ya tenemos el arreglo de lo nuestro. 
-¿Ya le dieron 50 pesos en Callao? 
-Acá anduvieron en todos los hoteles. 
-Me estoy yendo para la comisaría... 
Dos días después, Lidia tranquilizó a su interlocutora: 'Hablé con Fornero. Me lo presentó al jefe. Le dieron la plata'. 
El diálogo que sigue es demostrativo de las distintas aristas del negocio. 
-Tengo cuatro -le dice Silvia a Lidia. 
-¿Cuatro qué? 
-Cuatro chicas. 
-Se fue una Paola... 
-La santafesina... 
-Sí... son todas caídas, y bueno, para nosotros ya le hicimos la cubierta... Tengo orden, venga quien venga, que tengo que ir a hablar con Fornero -terminó contando Lidia. 
Los términos del diálogo marcan algunos indicios sobre la edad de las 'chicas' en palabras que recuerdan los tiempos del terrorismo de estado. Cuando se habla de 'caídas' parece hacerse referencia a quienes ya no están en el negocio y no justamente por haber llegado a un acuerdo con las madamas o con los 'dones', sino porque decidieron irse. Al mencionarse el tema de la construcción de la 'cubierta', el concepto parece abarcar una doble dimensión. Por un lado, un rápido recambio de 'chicas'; y por otro, la necesaria máscara de legalidad a través de las documentaciones que, de acuerdo a estas escuchas legales, surgen de algunos contactos con la Comisaría Séptima, ubicada en Cafferata al 300. 

Los investigadores 

La investigación judicial que sigue su curso no tenía como objetivo destrabar una asociación ilícita que desarrollaba el negocio de la prostitución. Pero en el largo recorrido en tiempo y distancia que abarca el trabajo se encontraron con tres lugares en Rosario en donde existe explotación, hacinamiento y comercio de menores de edad, con el agravante de la presunta falsificación de documentación y la potencial complicidad de integrantes de la policía provincial. 
'No podemos dejar que el caso de la prostitución infantil quede impune. Por eso decidimos hacer pública parte de la megacausa que se sigue instrumentando', dijo uno de los funcionarios que habló con este cronista. 
Otro de los investigadores de campo describió que 'las chicas son hermosas y se ve claramente que son menores, como después se corroboró en las escuchas'. 
Agregó que 'entrar en los lugares en las que se les hace vivir, dormir, trabajar y comer produce una sensación de repulsión profunda. Hay un fuerte olor a mortadela y manteca rancia que verdaderamente golpea. Ni siquiera les dejan abrir la heladera o ir al supermercado. Son esclavas', se indignó. 
Para los que participaron de la investigación, 'en esos tres lugares rosarinos deben existir entre diez y quince chicas menores de edad, algunas muy lejos de cumplir dieciocho o veintiún años'. 
Las fuentes judiciales remarcaron que 'también hay filmaciones sobre esta situación pero se hace indispensable que la Justicia rosarina se haga cargo del tema, porque si no toda la otra causa corre el riesgo de perderse'. 
Recordaron que 'muchas de las chicas contaron que les dan ciertos 'medicamentos' para que pierdan los embarazos no queridos' y que 'semanalmente deben rendir alrededor de quinientos pesos cada una'. 
El circuito de las 'chicas paraguayas' que trabajan en por lo menos tres locales nocturnos rosarinos observados en esta investigación judicial tiene su centro de 'concentración' y posterior 'distribución' en la ciudad de Santa Fe. 
No llegan directamente a Rosario, sino que paran en la estación terminal de la capital provincial y luego son derivadas a los burdeles de las zonas de Pichincha y de la Estación Terminal Mariano Moreno, respectivamente. 
Como se observa en las desgrabaciones de las escuchas legales, también hay mujeres que son traídas del norte de la provincia de Buenos Aires, por lo que la extensión del territorio ocupado por la organización abarca desde Asunción del Paraguay hasta Pergamino, con puntos fuertes de contacto en Rafaela, Santa Fe y, obviamente, Rosario. 

Una luchadora social 

En una excelente nota del periódico 'Enredando', Sandra Cabrera contó su lucha, su historia y los sueños a partir de la valentía con que enfrentaba la vida cotidiana. Reniegan del término prostitutas y se definen como trabajadoras sexuales. 
Y como trabajadoras comenzaron a organizarse: constituyeron la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar) y se incorporaron a una central sindical, la CTA, para defender sus derechos laborales, escasos por cierto y muy poco contemplados en la legislación vigente en la Argentina. 
Desde esa concepción de organización gremial, Ammar no sólo ofrece a las trabajadoras sexuales respaldo ante los abusos de fuerzas de seguridad y fiolos de distinto pelaje. 
También las insta a prevenir las enfermedades de transmisión sexual y les ofrece un espacio de contención social y humana muy necesario: para ellas, ejercer el oficio más viejo del mundo no es justamente un placer ni tampoco una fuente de riqueza. 
Como para muchos otros sectores sociales, el pico de la crisis económica para las trabajadoras sexuales se vivió en diciembre de 2001, cuando corralito mediante el dinero en efectivo casi desapareció de las calles. 
'Había muchas compañeras que no tenían nada para comer, así que empezamos a gestionar cajas de alimentos y planes laborales', cuenta Sandra Cabrera, 32 años, sanjuanina pero con varios años en Rosario, con más de una década de trabajadora sexual y referente local de Ammar. 
El 24 de Diciembre de 2001, la Asociación repartió cajas de alimentos desde las ocho de la mañana hasta las diez de la noche. 'A las diez y media de la noche mi hija y yo nos quedamos dormidas y cuando me desperté al otro día me preocupé porque no habíamos festejado la Navidad, pero ella (su hija Macarena, de 7 años) me dijo que me quedara tranquila, porque gracias a lo que habíamos hecho el día anterior muchas compañeras habían tenido con qué festejar', recuerda Sandra, que se relacionó con sus compañeras de Ammar de Buenos Aires, donde se formó la organización hace ocho años, a mediados del 2000. 
'Yo trabajaba en una esquina de la zona de la Terminal y un grupo de fiolos y patovicas de un boliche de la zona me pegaron muy duro. Denuncié eso en los medios de prensa y ahí aparecieron las chicas de Buenos Aires. Primero no les dí bolilla, pero al año siguiente, cuando en la zona sur un grupo de policías le pegaron a otra compañera, empezamos a trabajar con todo', historia Sandra el comienzo de la actividad de Ammar en Rosario. 
'No podemos ir presas todo el tiempo; ya no estamos en épocas de represión, de dictadura', explica Sandra la principal preocupación de las trabajadoras sexuales de las calles, mayoría entre el centenar de afiliadas a Ammar en Rosario. 
También se sumaron a la Asociación algunas chicas 'de los boliches', menos perseguidas por la Policía gracias a la protección de los dueños de los locales en los que trabajan pero sometidas a otro tipo de maltratos y sobreexplotadas económicamente. 
'En la Constitución Nacional hay un artículo que dice que todo ciudadano es libre de caminar sin ningún problema. Nosotras queremos caminar tranquilas, sin que nos lleven detenidas, poder trabajar tranquilas', retoma Sandra la cuestión de lo que define como 'libertad de trabajo', cercenada o no para ellas de acuerdo con la predisposición de los comisarios de cada zona. 'Defendemos nuestro derecho a trabajar', insiste Sandra. 
'Nuestro derecho a ser escuchadas, a ser tratadas como personas', agrega. Y admite que fue 'duro' para ella y sus compañeras 'salir a poner la cara' para desarrollar su tarea gremial. 
En este aspecto, destaca el apoyo de la CTA y la Asociación de Trabajadores del Estado, desde cuyo local coordina sus actividades la delegación local de Ammar. La Asociación ya se constituyó con meretrices de siete provincias argentinas, que se juntan por lo menos dos veces por año a cotejar experiencias y definir líneas de trabajo, entre las que prestan especial atención a la prevención de enfermedades de transmisión sexual, en particular el SIDA. 
Sandra remarca la importancia de esa labor con un ejemplo concreto: 'Hay compañeras que no sabían que hay cuidarse también cuando te piden una francesa', dice, en referencia al sexo oral. 
Además del SIDA, desde Ammar apuestan a prevenir las otras enfermedades de transmisión sexual, 'como la gonorrea, la sífilis, el chancro', enumera Sandra. 'Tenemos un manual con fotos de vaginas sanas al lado de vaginas enfermas, de penes sanos al lado de penes enfermos; porque a nosotras las cosas también nos entran por los ojos', cuenta, con el dejo de picardía que siempre exponen su mirada y las de sus compañeras. 
Las afiliadas a Ammar pagan, cuando pueden, tres pesos por mes. Pero con lo que recaudan así no les alcanza para hacer todo lo que quisieran y el de tener un local propio sigue siendo no más que un sueño lejano. Además, Sandra dice que muchas veces chocan con la indiferencia oficial y con la ausencia de organizaciones que, en los papeles, debieran coordinar con ellas acciones de prevención de enfermedades. De todos modos, en Ammar no piensan en bajar los brazos y se plantean como un objetivo importante establecerse más formalmente como organización de trabajadoras, con estatutos, con reconocimiento del Estado, con obra social. 'Hay otros lugares del mundo, como Uruguay y Holanda, donde se consiguieron muchas cosas', señala Sandra. Y si en otros países se pudo, por qué no acá...' 

La última denuncia 

Una trabajadora sexual reveló que pagaba a un agente de Moralidad Pública para ejercer su oficio tranquila, tituló 'El 
Ciudadano', el pasado 24 de enero de 2004.
A menos de una semana Cabrera fue asesinada de un disparo en la nuca. 
La denuncia que una trabajadora sexual radicó ayer en Tribunales contra la División Moralidad Pública de la Unidad Regional II dejó a la luz dos situaciones que, si las autoridades toman el tema, tiene suma gravedad institucional: que un policía cobraba regularmente dinero a esta mujer para 
permitirle prostituirse y que desde esa dependencia le anticiparon que la perseguirían si se integraba a la asociación gremial que nuclea a las mujeres de su oficio, Ammar (Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina). 
Stella Maris Longoni, es viuda, tiene 29 años y tres hijos. Según denunció en la Fiscalía número 1, y repitió luego ante este diario, el miércoles a la noche fue detenida por agentes de Moralidad Pública mientras ejercía la prostitución junto con dos compañeras en la esquina de San Lorenzo y Alsina. 
Longoni manifestó su 'sorpresa' por el arresto porque, según adujo, 'le había pagado la cuota semanal de cincuenta pesos para no tener problemas' a un policía de esa misma dependencia. 'Una vez que me trasladaron a la sede de Ovidio Lagos al 5200 me dijeron que este policía no trabajaba más allí. Y cuando les advertí a gritos que me iba a integrar a Ammar para no sufrir más atropellos, me dijeron que, en ese caso, iba ir presa todos los días', contó esta joven, que añadió haber sido 'zamarreada y forreada' por los uniformados. Y también admitió su 'temor' por las represalias que la policía podría tener hacia ella en el futuro. 
'Soy madre de tres chicos y no sé qué voy a hacer porque me da miedo volver a la parada y que me vuelvan a detener', afirmó. Según planteó la mujer, desde hace siete años 'pagaba una coima a Sergio Bermejo, un policía que hasta hace poco formaba parte de la división de Moralidad Pública, para poder trabajar tranquila' en una de las paradas habituales que existen en cercanías a la Terminal de Ómnibus, según relató. 
'Inclusive, le di la cuota la semana pasada, pero después que me detuvieron me aclararon que no trabajaba más en ese lugar', prosiguió. 
Siempre de acuerdo a la misma versión una vez que Longoni fue derivada a la Jefatura policial, se le comunicó que 'no había ningún arreglo' que le posibilitara ejercer la prostitución en la vía pública. En buen romance, esa afirmación brindada por un funcionario policial significaría el reconocimiento implícito de que antes sí cabía esa opción. 
Longoni siguió con su relato: dijo que montó en cólera y advirtió que realizaría la denuncia correspondiente. 'Pero lo que más me llamó la atención -dijo- es que uno de los responsables de la dependencia me llevó a una habitación aparte y me sugirió que no hiciera ninguna denuncia porque él mismo le iba a decir a Bermejo que no me pidiera más plata', afirmó la trabajadora sexual, quien el miércoles estuvo detenida desde las 22.30 hasta las 12.30 del día siguiente. Según observó, no corrieron la misma suerte dos de sus compañeras, que fueron detenidas con ella en el mismo procedimiento. De acuerdo a la interpretación de Longoni, 'ellas quedaron presas hasta el día siguiente porque no se quejaron'. Contrariamente, la postura de la mujer fue dar pelea ante un hecho que consideró 'un total abuso' ya que les advirtió a los uniformados que iba a acudir a las integrantes de Ammar para no tener que seguir sufriendo 'atropellos' de esa índole. Pero a pesar de que logró salir en libertad en dos horas, fue destinataria de palabras que interpretó como 'una amenaza', proveniente del mismo que la había detenido en Alsina y San Lorenzo. 
'Cuando me largaron , ese agente me dijo que, si bien quedaba libre ese día (el miércoles), la noche siguiente me iban a ir a buscar a la misma parada para detenerme y llevarme presa. Como tengo mucho miedo, ayer (jueves) no pude ir a trabajar y la verdad es que no sé quien le va dar de comer a mis tres chicos porque no tengo a nadie más a quien recurrir', concluyó la joven con desesperación. 

Los muchachos de 'Moralidad Pública'

El 10 de septiembre de 2003, tres miembros de la Asociación de Mujeres Meretrices de la República Argentina (Ammar) en Rosario presentaron una denuncia en los Tribunales contra los jefes de Moralidad Pública, a quienes acusaron de recibir dinero de boliches donde se practica la prostitución para impedir que recibieran clientes en la calle y cobrarles coimas para no interferir en su trabajo como prostitutas. Tal imputación, según otra denuncia, tuvo respuesta en forma de amenazas de muerte contra la titular local, Sandra Cabrera, e incluyeron ataques a golpes a tres integrantes de Ammar. 
La primera denuncia provocó el relevo del jefe de Moralidad Pública, Javier Pinatti, y del subjefe, Walter Miranda. Y, ante la resonancia que adquirió el caso, la mujeres de Ammar se reunieron con el ministro de Gobierno, Carlos Carranza, para expresarle sus quejas por el accionar policial. 
La saga de actos intimidatorios y golpizas que denuncia Ammar comenzó el 9 de octubre pasado. Ese día, según contó Cabrera, una amenaza telefónica fue recibida en la sede de la Asociación Trabajadores del Estado (ATE). El mensaje lo recibió Julio Leiva, integrante de esa organización sindical. 'Decile a Sandra que a la piba la va a encontrar muerta antes de mañana', dijo el interlocutor de Leiva del otro lado de la línea. 
La piba a la que hacía referencia la persona que llamó era la hija de Sandra, que tiene 8 años. Cabrera estaba en Santa Fe y regresó con urgencia a Rosario. Desde entonces, la casa de la dirigente de Ammar está custodiada todas las noches por efectivos de la sección Seguridad Personal. 
El otro eslabón intimidatorio continuó algunos días después. Una denuncia anónima presentada en el juzgado de Menores Nº2 señalaba que 'Sandra mandaba a la nena a mendigar y que no iba a la escuela'. Una asistente social corroboró que la denuncia no tenía asidero. 
La escalada siguió el viernes 17 de octubre. Una prostituta que trabaja en la esquina de San Lorenzo y Castellanos fue golpeaba con ferocidad. La mujer estaba en ese cruce cuando se acercó un ciclista y le propinó un tremendo 'cadenazo' en la cabeza. La meretriz no perdió el conocimiento y, junto a efectivos de la comisaría 7ª, recorrió la zona en búsqueda del hombre que la había atacado pero no lo encontró. 
En la madrugada del sábado 19 de octubre otra prostituta fue atacada en la esquina de San Lorenzo y Crespo. La golpiza fue tan cruenta que a la trabajadora sexual 'le quebraron un brazo'. El último mensaje violento fue el 24 de octubre. Una chica esperaba a sus clientes en Santa Fe y Castellanos cuando se acercó un hombre que se movilizaba en una bicicleta y le asestó un puñetazo en la cara. 

Más amenazas

Durante los últimos meses de la administración Reutemann, Cabrera también fue amenazada telefónicamente en el marco de una campaña por la derogación de las leyes que discriminan a las trabajadoras sexuales. 
Como viene sucediendo en este último tiempo, 'la compañera Sandra Cabrera ha recibido una nueva amenaza telefónica. Quien atendió el llamado en la sede de ATE Rosario fue el compañero Julio Leiva, al cual le remarcaron que 'hoy o mañana la hija de Sandra iba a ser asesinada. Una vez más estas mafias, que se sirven de la impunidad para actuar, cuidan sus intereses jugando con la vida de las personas'. 
Tras la amenaza, 'los compañeros realizaron la denuncia ante el Subsecretario de Justicia de la Provincia de Santa Fe, Diego Giuliani, y el jefe de Seguridad personal de la policía de Santa Fe, comisario Aguilar, quienes se comprometieron a darle seguridad a Sandra y a su hija'. 
Lamentablemente 'estas amenazas se vienen sucediendo en todo el país para que las compañeras de AMMAR dejen de luchar por la derogación del artículo que penaliza su trabajo en esa provincia. Esta lucha se enmarca en la campaña Nacional que llevan adelante todas las compañeras de AMMAR, para que cesen los maltratos y la discriminación de que son víctimas'. 
Cabrera se entrevistó con el ex vicegobernador de Santa Fe, Marcelo Muniagurria, en donde se le pidió que apoyara el proyecto de ley presentado por el diputado Eduardo Di Polina del Partido Socialista (PS), y que las trabajadoras sexuales dejen de ser tratadas como criminales. El vicegobernador se comprometió a conseguir entrevistas con el ministro de Gobierno pero dijo que él no tenía poder sobre la policía aunque haría lo posible para que cese el accionar policial. 
'Es por todo esto que hacemos responsable a las autoridades de la provincia de la integridad física de nuestra compañera Sandra Cabrera y su hija', alertaba aquel documento de la CTA Rosario de fines de 2003. 

Detenciones arbitrarias

Un profundo malestar existe en la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (Ammar) para con personal policial de la comisaría de barrio Ludueña, luego de que una patrulla llevara detenida a una de sus integrantes y a dos travestis que aguardaban clientes en Provincias Unidas, entre Eva Perón y Tucumán, y los retuvieron en lo que interpretan más de la cuenta y con 'un trato humillante', sostenía la información aparecida el 14 de marzo de 2003. 
La denuncia, que implica al personal y al jefe de la seccional 12ª, la hizo Marcela Patricia Morelli, una viuda que ejerce la prostitución y es miembro de Ammar. La madrugada del último sábado, agentes de esa comisaría detuvieron a Morelli junto a dos travestis y los retuvieron en la dependencia policial durante dos horas, a uno de ellos, y más de seis, a las dos personas restantes. Uno de los detenidos, según el relato de la mujer, fue humillado y permaneció desnudo y tirado en el piso un largo rato. Por la mañana llegó el jefe de seccional, comisario Carlos Casella, y les espetó que no quería 'prostitutas ni prostitutos' en su jurisdicción, que él estaba para llevarse a los choros y que meretrices y travestis eran una molestia. Asimismo, el comisario habría amenazado a Morelli y a uno de los travestis con tomar medidas más violentas, sin importarle los apremios ilegales. 
Consultado al respecto, el funcionario policial indicó que los detenidos infringieron el Código de Faltas y que uno de los travestis poseía un cuchillo. Casella se apoyó en la demanda de los vecinos de esa zona, quienes 'agradecieron el procedimiento, cansados de toparse con la prostitución frente a sus casas y barriendo profilácticos todas las mañanas'. 'En esta jurisdicción tengo mucho trabajo y no quiero una zona roja', indicó Casella. 
La titular de Ammar, Sandra Cabrera, señaló: 'Pedimos seguridad. Estamos hartas de ser presentadas ante los comerciantes de los barrios como fuentes de inseguridad, cuando muchas veces la presencia de las prostitutas ha evitado robos'. Cabrera, como su compañera, coincidieron en que no recibían semejante trato desde los años de la dictadura e insistieron en que no quieren ser reprimidas. 'Sabemos que estamos en falta y no nos negamos a ser demoradas por la policía, en los controles de rutina, pero la mayoría de nosotras tiene chicos en edad escolar y ya hemos charlado con personal del ministerio de Gobierno para que no seamos detenidas en días de semana, durante el ciclo lectivo, para poder enviar a nuestros hijos al colegio'. 
Según Morelli, el arresto ocurrió en Eva Perón y Provincias Unidas, en la vereda sobre la que está el local de una cadena de farmacias. La llevaron junto a Marcelo Mendoza y Andrés Velazco, a las dos de la mañana por dos agentes que 'bajaron de una patrullero de la comisaría 12ª, uno con un garrote'. La trabajador sexual aseguró que de la requisa policial aparecieron dos armas blancas que -aseguró- que ninguno de los tres tenían. 
Morelli añadió que a Mendoza lo llevaron aparte y, a las dos horas, apareció desnudo. Así debió permanecer , luego de que le secuestraran su ropa y su dinero. 
Según Morelli, a eso de la 4 Velázquez fue liberado, pero ella y Mendoza debieron permanecer hasta las 8.30, cuando llegó el comisario. 'Estoy asustada', declaró Morelli a este diario. La mujer aseguró que desde la época de la dictadura no recibía amenazas de este tipo y repasó el trato correcto que le dan otras dependencias policiales. La mujer, que recordó que Casella le dijo que la iba a levantar de los pelos si volvía a verla, insistió en el temor que le produce volver a su parada habitual. 
Cabrera, por su parte, señaló: 'Estas cosas se repiten cada vez que hay cambios de jefe en las seccionales. Cuando nos detienen no nos negamos a mostrar el último análisis de HIV, pese a que la Ley Nacional de SIDA, la 23.798, garantiza la confidencialidad de esos resultados'.

* fuente La Fogata. www.lafogata.org  
-noticia enviada por Jorge Daffra jdaffra@infovia.com.ar
  

Geneviève*

En medio de la clase de física, cuando llegaba la primavera y el viento se calmaba y todos dejábamos de rechinar los dientes, el Flaco Martínez, que era el profesor más querido del colegio, tiraba la tiza sobre el escritorio descalabrado y decía: "Y ahora, a visitar la materia". Los alumnos sabíamos lo que quería decir. Los primeros aplausos y vivas venían de los bancos de atrás, de los mayores que repetían por tercera vez el año y estaban en edad de conscripción.
Guardábamos carpetas y libros y el Flaco Martínez levantaba las manos pidiendo silencio para que el director y el celador no nos oyeran. El director era un tipo bien trajeado que sabía manejar la sonrisa y el rigor; estaba al tanto, pero toleraba las escapadas porque temía el desgano de los mejores jugadores de fútbol en la gran final intercolegial de noviembre.
Era sabido que cada año apostaba su aguinaldo completo a favor de "sus muchachos". Con la llegada de la primavera florecía también su carácter jovial, tolerante, y la disciplina se relajaba y los exámenes eran menos imperativos y aquellos que nos sabíamos ya integrantes del equipo nos sentíamos con derecho a olvidar las matemáticas y la química para entrenar en la cancha vecina.
Entonces salíamos caminando despacio, casi arrastrando los pies para no darles envidia a los pibes de primer año que tenían matemáticas en el aula del zaguán, la puerta entreabierta porque ya no soplaba el viento del oeste y el silencio calmaba los nervios como un puñado de aspirinas. Por entonces las calles no estaban pavimentadas y un viejo camión regador pasaba dos veces por día para aquietar el polvo. Cuando el viento callaba, como aquella tarde, el pueblo chato y gris parecía cubrirse de ruidos que no conocíamos. El Flaco Martínez caminaba adelante, el pucho entre los labios, su pálida cara de tuberculoso afrontando un sol dañino. Era, creo, tan pobre como nosotros: llevaba siempre el mismo traje azul lustroso que planchaba extendiéndolo bajo el colchón de la pensión y se ponía cualquier corbata cortita a la que nunca le deshacía el nudo. Se decía que era timbero y mujeriego y que por eso lo habían transferido de un respetable colegio de Bahía Blanca a nuestro remoto establecimiento de varones solos, adonde sólo se llegaba por castigo o por aventura.
Éramos más de veinte en el curso, pero la asistencia nunca pasaba de doce o catorce; los mejores alumnos, serios y bien vestidos, y nosotros, los que teníamos el boletín lleno de amonestaciones pero jugábamos bien al fútbol.
No era fácil seguir al Flaco Martínez que tenía las piernas largas como mástiles. Subía la cuesta y encaraba por la ruta asfaltada que separaba a los malos de los buenos ciudadanos del pueblo. Al sol, su pelo largo al estilo de un bohemio pasado de moda se ponía rojo y todos nos dábamos cuenta de que la física le importaba tanto como a nosotros. Pero nadie, nunca, se animó a tutearlo. En los momentos más dramáticos de una partida de billar se le alcanzaba la tiza acompañandola de un "señor" que jamás sonó socarrón.
Aquélla no era su tierra y estaba claro que despreciaba cada grano de arena que respiraba o se le metía en los zapatos. Pero se había resignado a ella como los hombres solos se resignan a las noches interminables.
Bajando la cuesta, al otro lado de la ruta, se veían esparcidas las primeras casas cuadradas y el café con billares y barajas del turco Saúl Asir. A esa hora, las calles del barrio estaban desiertas y sólo los camiones cargados de manzanas pasaban dejando una polvareda que se quedaba flotando hasta que una brisa nos la apartaba del camino y el sol volvía a cocinar las acequias y los espinillos. En el bar, el Flaco Martínez se tomaba una sola ginebra y nos hacía vaciar los bolsillos. Como siempre, el Rengo Mores tenía apenas lo justo para pagarse la vuelta en ómnibus hasta Centenario, que quedaba entre las bardas, a cuarenta kilómetros. Casi todos vivíamos lejos y atravesábamos el río en colectivo, o en bicicleta, o colados en algún camión. Los que faltaban a clase se habían quedado pescando cerca del puente porque todavía no era tiempo de sacarse la ropa y tirarse a nadar.
Juntábamos el primer viernes de cada mes lo que ganábamos al truco, o en trabajos de ocasión. El Flaco Martínez reunía los billetes y hasta alguna moneda, agregaba lo suyo que no era mucho, y se iba a parlamentar con la gorda Zulema que era nuestra virgen protectora. La Zulema era dulce y sabia, paciente y comprensiva, y amaba su profesión como jamás he visto que otra mujer la amara. No conocía el egoísmo ni las pequeñas miseris que otros toman por virtudes. Su orgullo era la heladera eléctrica, la única de ese costado maldecido de la ribera, que había hecho traer en un vagón de encomiendas desde Buenos Aires. No es que alardeara de ella, ni que la mezquinara, pero nadie tenía derecho a abrirla sin su presencia y consentimiento.
Una noche de sopor en la que todos estuvimos de acuerdo en que llovería, la abrió delante de mí y del Negro Orellana. Aparte de una botella de refresco y una pechuga de pollo, había un largo collar de perlas de imitación y un paquete de cartas envueltas en una cinta rosa. Eran fantasmas del pasado y la Gorda Zulema quería que se conservaran frescos e intactos como un postre de chocolate.
Hubo otra noche en que yo estaba triste, un poco borracho e impotente, y ella me pasó la mano por la cabeza y me acarició los párpados y no me dijo las estúpidas palabras que tenían preparadas las otras mujeres del barrio. Me hizo sentar al borde de la cama, que era grande como una pista de baile, apoyó su cabeza contra mi espalda para que no nos viéramos las caras y me contó alguna cosa de su vida que nos hizo llorar a los dos mientras los otros clientes esperaban en el vestíbulo.
Supe esa noche que se llamaba Geneviève, que era francesa de verdad y no como otras, que arrastraban la erre para darse corte. Buscó las cartas en la heladera. Los sobres desteñidos de tinta violeta estaban escritos con una caligrafía varonil e imperativa. Un detalle añadía a la distancia un reproche velado: no conforme con escribir Neuquén, Argentine, el hombre agregaba inútilmente Patagonie, Amérique du Sud. El sobre traía ya una sospecha de selvas o desiertos. De fin del mundo.
Geneviève se había ocultado detrás de Zulema en Buenos Aires, donde había pasado algunos años de gloria mientras Europa se desangraba. Su contribución al esfuerzo de guerra de sus compatriotas había sido firme y decidida: hasta la liberación de París ningún hombre de nacionalidad alemana se tendió sobre sus sábanas.
La decadencia y las arrugas la trajeron a nuestro pueblo y secretamente sabía que su tierra ya estaba tan lejana como su juventud. Barajó los sobres como si fuera a repartir las cartas y en ellas estuviera escrito el destino, el de ella -que soñaba en vano con volver a ver el Mediterráneo- y el mío, que alguna vez me llevaría a su Francia natal.
No habló del hombre que se quedó en el puerto de Marsella: cuando la correspondencia dejó de llegar empaquetó el pasado y lo guardó en la heladera, como otras mujeres lo conservan el el rictus amargo de los labios.
Pero aquella tarde de primavera en que llegamos con el Flaco Martínez, todavía no habíamos mirado la heladera por dentro ni habíamos llorado juntos. Zulema era gorda y opulenta y Federico Fellini hubiera gustado de ella. A su lado, el Flaco Martínez parecía una escoba abandonada junto a un camión cisterna. Hablaron un rato sin manosear dinero ni levantar la voz. Al otro lado de la calle nosotros esperábamos, ansiosos como si el Flaco estuviera por tirar un penal. Un movimiento de cabeza, una risa comprensiva de la Gorda Zulema y empezamos a saltar como si el Flaco hubiera hecho el gol.
Tirábamos los turnos a la suerte, revoleando dos monedas a la vez y el sistema era complicado porque la empresa era seria. Si alguien reclamaba prioridad por su dinero, el Flaco prometía hacerle explicar la fusión de ya no sé qué materia y el egoísta se calmaba. Después, al caer la tarde, con la lengua desatada por la emoción, íbamos a jugar al billar a lo del Turco y teníamos un hambre feroz y ni una moneda para un sándwich.
Cuando recuerdo aquellos años, cuando reviven las imágenes del Flaco Martínez y de la Gorda zulema, imagino que el corresponsal de Marsella escribiría sus cartas temiendo que el corazón de su Geneviève se endureciera en aquel desierto hostil. Pues no. Es hora de que ese hombre obstinado, si vive todavía, lo sepa. Valía la pena esperarla. Aun esperarla en vano. En aquel paisaje en el que éramos extranjeros ( es decir, inocentes), todo era irrealidad: no había elefantes que rodearan el valle, ni el avión negro de Perón llegó nunca. Las manzanas y las vidas florecían pero las ilusiones, como los relojes baratos que llevábamos en la muñeca, se entorpecían y luchaban por abrirse paso entre la arenisca que volaba desde el desierto.
Hace unos años, cuando fui por última vez, mis amigos de entonces me habían enterrado: corrió la noticia que me daba como descabezado en un accidente de tránsito. Fue curioso ver las caras azoradas frente a una aparición de ultratumba.
Por fin, cuando hicimos el recuento de vidas y muertes, de hazañas y cobardías, de sueños realizados y matrimonios hechos y deshechos, pregunté por el Flaco Martínez. "El Flaco también se murió -dijo alguien-; se fue al sur, a Santa Cruz, y lo agarró la pulmonía, pobre Flaco."
La zulema era un recuerdo que se nombraba en voz baja. Muchos se habían construido un edificio personal que los abrigaba de un pasado de pobreza y la Gorda Zulema estaba sepultada en los cimientos. ¿Qué importancia podía tener entonces aquel primer viernes de cada mes, cuando era primavera y el viento se calmaba y todos dejábamos de rechinar los dientes?

* de Osvaldo Soriano, 
"Cuentos de los años felices" Editorial Sudamericana, Bs. As. edición de 1993.





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