fran ilich on 19 Oct 2000 16:11:18 -0000


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La globalización: pros, contras, aplausos, críticas
http://www.rebelion.org/economia/ramonet111000.htm

El director de Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet, y el analista de
política internacional de The New York Times, Thomas Friedman, ganador de
dos premios Pulitzer, discutieron sobre la globalización. El debate se
público simultáneamente en la revista norteamericana Foreign Policy -que
organizó este intercambio de opiniones- y en Le Monde Diplomatique. Lo que
sigue es una versión resumida tomada de la revista Brecha de Montevideo y
aparecida en Punto Final de Chile y en Envío de Nicaragua:

¿Qué es la globalización? ¿Cómo definirla?
¿Qué consecuencias está generando?
¿Sus resultados son más positivos que negativos? ¿O es al revés?
¿Qué futuro anuncia esta etapa de la historia de la humanidad?
¿Promisorio o sombrío?
de la guerra fría a la globalización
de los muros a las redes

Friedman. Durante los últimos diez años hemos estado hablando del "mundo de
la postguerra fría".

Definíamos el mundo por lo que no era, porque no sabíamos lo que era. Pero
un nuevo sistema internacional ha venido a sustituir de modo muy claro a la
guerra fría: la globalización. No se trata de una simple tendencia económica
y no es una moda pasajera. Como todos los sistemas internacionales
anteriores, está configurando directa o indirectamente la política interior
y las relaciones exteriores de prácticamente todos los países.

Como sistema internacional, la guerra fría obedecía a su propia estructura
de poder: el equilibrio entre Estados Unidos y la URSS, incluyendo sus
respectivos aliados. La guerra fría tenía sus propias reglas: en asuntos
extranjeros ninguna de las dos potencias podía inmiscuirse en el área de
influencia directa de la otra, mientras que en lo político los países
subdesarrollados se dedicaban prioritariamente a fomentar sus propias
industrias nacionales, los países en desarrollo a un crecimiento basado en
el aumento de las exportaciones, los países comunistas a la autarquía y las
economías occidentales a un comercio regulado.

La guerra fría tenía sus propias ideas dominantes: la confrontación entre
comunismo y capitalismo, así como la distensión, la no alineación y la
perestroika. La guerra fría tenía sus propias tendencias demográficas: el
movimiento de población del Este al Oeste estaba en gran parte congelado
debido a la "cortina de hierro", el movimiento del Sur al Norte era un flujo
más sostenido. La guerra fría disponía de sus propias ideologías
definitorias: las armas nucleares y la segunda revolución industrial eran
dominantes, pero para muchos países en desarrollo el martillo y la hoz
seguían siendo herramientas importantes. Finalmente, tenía su propia
inquietud definitoria: la aniquilación nuclear. Considerado en su conjunto,
este sistema de guerra fría no lo configuraba todo, pero configuraba muchas
cosas.

El actual sistema de globalización tiene atributos, reglas, incentivos y
características muy diferentes, pero su influjo es igualmente grande. El de
la guerra fría se caracterizaba por un rasgo predominante: la división. El
mundo estaba partido en dos, y tanto las amenazas como las oportunidades
dependían de que estábamos separados.

Muy en consonancia con esto, el sistema de la guerra fría estaba simbolizado
por una sola imagen: el Muro de Berlín. El sistema de la globalización tiene
también un rasgo predominante: la integración. Hoy, tanto las amenazas como
las oportunidades dependen cada vez más de con quién estemos conectados.
Este sistema se representa también con un solo símbolo: la Red Mundial. Así
que, en el sentido más amplio, hemos pasado de un sistema basado en muros a
un sistema que cada vez más se basa en redes.

del peso a la velocidad
del enemigo conocido al anónimo

La integración se ha visto impulsada en gran parte por las tecnologías
definitorias de la globalización: las computadores, la miniaturización, la
digitalización, las comunicaciones por satélite, las fibras ópticas e
Internet. Y esa integración, a su vez, ha generado otras muchas diferencias
entre la guerra fría y los sistemas globalizados.

A diferencia del sistema de la guerra fría, la globalización dispone de su
propia cultura dominante, porque la integración tiende a ser
homogeneizadora. En épocas anteriores, la homogeneización cultural se
producía a escala regional: la romanización de Europa occidental y el mundo
mediterráneo; la islamización de Asia Central y Oriente Medio, el norte de
Africa y España por los árabes; la rusificación de Europa central y oriental
y de partes de Eurasia bajo los soviets. Culturalmente hablando, la
globalización es en gran medida la difusión -para bien o para mal- de la
americanización: desde los Big Macs hasta Mickey Mouse.

Mientras que la medida definitoria de la guerra fría era el peso,
especialmente el peso de misiles de lanzamiento, la medida definitoria del
sistema de globalización es la velocidad: velocidad del comercio, viajes,
comunicación e innovación. La guerra fría se relacionaba con la ecuación
masa-energía de Einstein: e=mc2.

La globalización se relaciona con la Ley de Moore, que establece que el
rendimiento de los microprocesadores se duplicará cada 18 meses.

El documento definitorio del sistema de guerra fría era el tratado. El
documento definitorio del sistema de la globalización es el trato. Si la
inquietud definitoria de la guerra fría era el miedo a ser aniquilados por
un enemigo que se conocía demasiado bien, en un conflicto mundial que era
fijo y estable, la inquietud definitoria de la globalización es el miedo al
cambio rápido por un enemigo al que no se le puede ver, tocar ni sentir. Esa
sensación de que nuestro empleo, comunidad o punto de trabajo puede ser
cambiado en cualquier momento por fuerzas anónimas y tecnológicas que son
cualquier cosa menos estables.

sólo sobreviven los paranoicos


Si los economistas definitorios del sistema de la guerra fría fueron Karl
Marx y John Maynard Keynes, cada uno de los cuales quería domesticar al
capitalismo, los economistas definitorios de la globalización son Josef
Schumpeter y el presidente de INTEL, Andy Grove, que prefieren dejar que el
capitalismo campee por sus fueros. Schumpeter, antiguo ministro austríaco de
Economía y profesor de la Universidad de Harvard, expresó en su obra clásica
Capitalismo, socialismo y democracia (1942) su opinión de que la esencia del
capitalismo es el proceso de destrucción creativa: el ciclo perpetuo de
destrucción de productos o servicios viejos y menos eficientes y su
sustitución por otros nuevos y más eficientes. Grove tomó la idea de
Schumpeter de que sólo los paranoicos sobreviven para el título de su libro
sobre la vida en Silicon Valley y la convirtió de muchas formas en el modelo
de los negocios del capitalismo de la globalización.

Grove ayudó a popularizar la noción de que hoy en día se producen de forma
cada vez más rápida dramáticas innovaciones que transforman la industria.
Gracias a esos avances tecnológicos, la velocidad a la que nuestro último
invento puede resultar obsoleto o convertirse en una mercancía es ahora de
una prontitud pasmosa. Por ello, sólo sobreviven los paranoicos, sólo los
que miran constantemente hacia atrás para ver quién está creando algo nuevo
que pueda destruirle y hacer lo que sea necesario para mantenerse un paso
adelante. Van a existir cada vez menos muros para protegernos.

la globalización se asienta en tres equilibrios

Finalmente -y lo más importante- la globalización dispone de su propia
estructura definitoria del poder, que es mucho más compleja que la
estructura de la guerra fría. El sistema de la guerra fría estaba construido
exclusivamente sobre la base de Estados-nación, y se equilibraba en el
centro en torno a dos grandes potencias. El sistema de la globalización, por
el contrario, se asienta en tres equilibrios que se solapan y se afectan
mutuamente.

El primero es el equilibrio tradicional entre Estados-nación. En el sistema
de globalización este equilibrio es todavía importante. Puede explicar aún
muchas de las noticias que se leen en las primeras páginas de la prensa, ya
sea la contención de Irak en Oriente Medio o la expansión de la OTAN contra
Rusia en Europa central.

El segundo equilibrio crítico es entre Estados-nación y mercados globales.
Estos mercados globales están compuestos por millones de inversores que
mueven el dinero por todo el mundo con una pulsación del ratón de la
computadora. Los llamo la Piara Electrónica. Se juntan en centros
financieros clave mundiales, como Frankfurt, Hong Kong, Londres y Nueva
York, los "supermercados". Estados Unidos puede destruirte lanzando bombas y
los supermercados pueden destruirte haciendo bajar sus bonos. ¿Quién derrocó
al presidente Suharto en Indonesia? No fue otra superpotencia, fueron los
supermercados.

El tercer equilibrio en el sistema de la globalización -que es realmente el
más nuevo de todos- es el equilibrio entre individuos y Estados-nación. Como
la globalización ha eliminado muchas de las barreras que limitaban los
movimientos y el alcance de la gente, y como al mismo tiempo ha llenado el
mundo de cables de redes, le confiere a los individuos un poder más grande
que el que hayan tenido en ningún otro momento de la historia.

una superpotencia,
muchos individuos con superpoderes

Hoy en día tenemos no sólo una superpotencia, no sólo supermercados, sino
también individuos con superpoderes. Algunos de estos individuos con
superpoderes son gente implacable y otros son bastante constructivos, pero
todos son capaces de actuar hoy directamente sobre la escena mundial sin la
tradicional mediación de gobiernos e incluso de empresas. Jody Wiliams ganó
el Premio Nobel de la Paz en 1997 por su aportación a la Campaña
Internacional para la Prohibición de Minas Terrestres. Logró poner en pie
una coalición internacional a favor de esta prohibición sin ayudas
importantes del gobierno y frente a la oposición de las grandes potencias.
¿Cuál dijo ella que había sido su arma secreta para organizar mil grupos
diferentes pro derechos humanos y por el control de los armamentos en seis
continentes? El correo electrónico.

En otra dirección, Ramzi Ahmed Yusef, el cerebro del atentado con bombas en
el World Trade Center de Nueva York el 26 de febrero de 1993, es la
quintaescencia del "hombre airado dotado de superpoderes". ¿Cuál era su
programa? ¿Cuál era su ideología? Simplemente quería volar dos de los
edificios más altos de Estados Unidos. El mensaje de Yusef era que no tenía
mensaje, excepto destrozar el mensaje que el todopoderoso Estados Unidos
transmitía a su sociedad. La globalización -y norteamericanización- le había
saturado y al mismo tiempo le había conferido el poder, como individuo, de
hacer algo en contra.

Los hombres airados con superpoderes existen y representan hoy en día la
amenaza más inmediata contra Estados Unidos y contra la estabilidad del
nuevo sistema de globalización. Y no es porque Ramzi Yusef pueda convertirse
nunca en una superpotencia. Es porque actualmente es mucha la gente en el
mundo que puede convertirse en Ramzi Yusef.

De todas formas, ha llegado el momento de que reconozcamos que está
surgiendo un sistema nuevo, de que empecemos a intentar analizar lo que
acontece en su interior y de que le demos un nombre. Empezaré la puja.

Propongo que le llamemos Capital Dos.

El monstruo bicéfalo de la tecnología y las finanzas

Ramonet. Sabemos, desde hace por lo menos diez años, que la globalización es
el fenómeno predominante de este siglo. Nadie ha estado esperando a que
Thomas Friedman descubriera este hecho.

Desde finales de los años 80, docenas de autores han identificado, descrito
y analizado la globalización del derecho y del revés. Lo que es nuevo -y
discutible- en el trabajo de Friedman es la dicotomía que establece entre
globalización y guerra fría: los presenta como "sistemas" contrapuestos e
intercambiables.

El simple hecho de que la guerra fría y la globalización sean fenómenos
dominantes en su tiempo no significa que se trate de dos sistemas. Un
sistema es un conjunto de prácticas e instituciones que proporciona al mundo
un marco teórico y práctico. Por eso mismo la guerra fría nunca constituyó
un sistema: Friedman incurre en un grave error al sugerir lo contrario. El
término guerra fría, acuñado por los medios de comunicación, es un modo de
abreviar un período de la historia contemporánea (1946-1989) caracterizado
por el predominio de preocupaciones geopolíticas y geoestratégicas. Sin
embargo, este término no explica un amplio número de acontecimientos no
relacionados con la guerra fría que también configuraron la época: la
expansión de las empresas multinacionales, el desarrollo del transporte
aéreo, la expansión mundial de las Naciones Unidas, la descolonización de
África, el apartheid en Sudáfrica, los progresos en la defensa del medio
ambiente o el desarrollo de las computadoras e industrias de alta tecnología
con aplicaciones tales como la ingeniería genética. Y la lista podría
seguir.

Además, la tensión entre Occidente y la URSS -al contrario de las ideas de
Friedman- data de antes de la guerra fría. De hecho, esa tensión contribuyó
precisamente a configurar la forma en que los Estados democráticos
entendieron el fascismo italiano en los años 20, el militarismo japonés en
los 30, el rearme alemán tras el ascenso de Adolfo Hitler al poder en 1933 y
la guerra civil española entre 1936 y 1939.

Friedman tiene razón, sin embargo, al argüir que la globalización tiene una
vertiente sistemática. Paso a paso, el monstruo bicéfalo de la tecnología y
las finanzas hace que todo se sumerja en la confusión. Por el contrario,
Friedman cuenta una fábula de globalización que parece salida de Walt
Disney. Pero el caos que tanto parece deleitarlo no parece bueno para el
conjunto de la humanidad.

Friedman señala, y con razón, que ahora todo es interdependiente y que, al
mismo tiempo, todo está en conflicto. Observa simultáneamente que la
globalización incluye -o infecta- todas las tendencias y fenómenos presentes
en el mundo de hoy, ya sean políticos, económicos, sociales, culturales o
ecológicos.

Pero se olvida de apuntar que hay grupos de todas las nacionalidades,
religiones y etnias que se oponen vigorosamente a la idea de una unificación
y homogeneización globales.

dos dinámicas:
fusión integradora y fisión destructora

Friedman parece incapaz de observar que la globalización impone al mundo la
fuerza de dos dinámicas poderosas y contradictorias: fusión y fisión. Por un
lado, muchos Estados buscan alianzas. Van en pos de la fusión con otros para
crear instituciones, especialmente económicas, que proporcionen fuerza -o
seguridad- por su magnitud. Como la Unión Europea, grupos de países en Asia,
Europa oriental, el norte de Africa, Norteamérica y Sudamérica están
firmando acuerdos de libre comercio y reduciendo las barreras aduaneras para
estimular el comercio, así como para reforzar las alianzas políticas y de
seguridad.

Pero frente al telón de fondo de esta integración, diversas comunidades
multinacionales están cayendo víctimas de la fisión, el resquebrajamiento o
la implosión en fragmentos, ante los ojos asombrados de sus vecinos. Cuando
los tres Estados federales del bloque oriental -Checoslovaquia, la URSS, y
Yugoslavia- se separaron, dieron lugar al nacimiento de aproximadamente 22
Estados independientes. ¡Un verdadero sexto continente! Las consecuencias
políticas han sido espantosas. Se discuten las fronteras y bolsas de
minorías cada vez más pequeñas dan origen a sueños de anexión, secesión y
limpieza étnica. En los Balcanes y en el Cáucaso estas tensiones han
provocado guerras.

tragedia social:
incapaces de hacerse cargo del futuro

Las consecuencias sociales de la globalización no han sido menos virulentas.
En los años 80, la aceleración de la globalización fue de la mano con el
implacable ultraliberalismo de la primera ministra Margaret Thatcher y del
presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan. Rápidamente, se asoció a un
aumento de las desigualdades, al incremento del desempleo, a la
desindustrialización y a un deterioro de los bienes y servicios públicos.

Actualmente, las turbulencias, la incertidumbre y el caos se han convertido
en los parámetros en virtud de los cuales medimos la intensidad de la
globalización. Si evaluáramos nuestro mundo globalizante de hoy, ¿qué nos
encontraríamos? Pobreza, analfabetismo, violencia y enfermedad que van en
aumento. La quinta parte más rica de la población mundial posee el 80% de
los recursos del mundo, mientras que la quinta parte más pobre apenas posee
el 5%. De una población mundial de 6 mil millones, apenas 500 millones de
personas viven confortablemente, mientras 4 mil 500 millones subsisten en la
necesidad.

Incluso en la Unión Europea hay 16 millones de desempleados y 500 millones
de personas que viven en la pobreza. Y la fortuna sumada de las 358 personas
más ricas del mundo -billonarios en dólares- es mayor que la renta anual del
45% de los más pobres del mundo, o sea de 2 mil 600 millones de personas.
Este es al parecer el hermoso mundo nuevo de la globalización.

La globalización tiene poco que ver con la gente o el progreso y
mucho -todo- que ver con el dinero.

Deslumbrados por el brillo de los beneficios rápidos, los campeones de la
globalización son incapaces de hacerse cargo del futuro, anticipándose a las
necesidades de la humanidad y el medio ambiente, planificando la expansión
de las ciudades o reduciendo paulatinamente las desigualdades y reparando
las fracturas sociales.

el pensamiento único repetido hasta el aburrimiento

Según Friedman, todos estos problemas serán resueltos por la mano invisible
del mercado y el crecimiento macroeconómico. Esto es lo que sostiene la
extraña e insidiosa lógica de lo que llamamos el pensamiento único.

El pensamiento único nació en 1944, en la época del Acuerdo de Bretton
Woods. La doctrina surgió de las grandes instituciones económicas y
monetarias del mundo -el Banco de Francia, el Bundesbank, la Comisión
Europea, el Fondo Monetario Internacional, la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico, el Banco Mundial y la Organización
Mundial del Comercio-, que escarban a fondo en sus arcas para reclutar a
centros de investigación, universidades y fundaciones de todo el mundo que
se dediquen a difundir la nueva. Prácticamente en todas partes, las
facultades de economía de las universidades, los periodistas - como
Friedman-, los escritores y dirigentes políticos aceptan los principales
mandamientos de estas nuevas Tablas de la Ley y los repiten hasta el
aburrimiento a través de los medios de comunicación de masas. De este dogma
se hacen eco, como es lógico, los voceros de la información económica y
especialmente las "biblias" de inversores y asesores -The Economist, Far
Eastern Economic Review, la agencia Reuters y The Wall Street Journal, para
empezar-, que son frecuentemente propiedad de los grandes grupos
industriales o financieros. Y, desde luego, en nuestra sociedad, aquejada de
la locura de los media, la repetición es tan válida como una prueba.

¿Y qué es lo que nos dicen que creamos? El principio fundamental es tan
firme que incluso un marxista sorprendido con la guardia baja estaría de
acuerdo: lo económico prevalece sobre lo político. O como decía el escritor
Alain Minc: "El capitalismo no puede venirse abajo, es el estado natural de
la sociedad. La democracia no es el estado natural de la sociedad. El
mercado sí". Sólo una economía desembarazada de frenos sociales y otras
"ineficacias" puede avanzar sin temor a regresiones y crisis.

el catecismo del pensamiento único

El resto de los mandamientos clave del pensamiento único se deriva del
primero: "La mano invisible del mercado corrige las desigualdades y
disfunciones del capitalismo", "Los mercados financieros poseen señales que
orientan y determinan el movimiento general de la economía", "Competencia y
competitividad estimulan y desarrollan los negocios, aportándoles una
modernización permanente y beneficiosa", "El comercio libre sin barreras es
un factor de desarrollo ininterrumpido del comercio y por tanto de las
sociedades", "La globalización de la producción manufacturada, y
especialmente la de los flujos financieros, debe estimularse a toda costa",
"La división internacional del trabajo modera las demandas laborales y
aminora los costos de mano de obra". "Una moneda fuerte es algo obligado,
como lo son la desregulación y la privatización por encima de todo".

Siempre se trata de predicar "menos Estado" y la necesidad constante de
favorecer los intereses del capital en detrimento de los intereses del
trabajo, por no hablar de una indiferencia desalmada ante los costos
ecológicos. La constante repetición de este catecismo en los media por casi
todos los políticos que toman decisiones, tanto de la derecha como de la
izquierda -piénsese en los primeros ministros de Gran Bretaña y Alemania,
Tony Blair y Gerhard Schoder, con su Tercera Vía y Nuevo Centro-, le
confieren un poder tan intimidatorio que extingue cualquier tentativa de
pensamiento libre.

Dos nuevos paradigmas:
la comunicación y el mercado

La globalización se apoya en dos pilares o paradigmas que influyen en el
modo de pensar de globalizadores como Friedman. El primero es la
comunicación, que ha tendido a reemplazar poco a poco a un importante
impulsor de los dos siglos pasados: el progreso. El segundo pilar es el
mercado, que sustituye a la cohesión social, a la idea de que una sociedad
democrática debe funcionar como un reloj. En un reloj ninguna pieza es
innecesaria y todas las piezas están unificadas. De esta metáfora mecánica
del siglo XVII surgió la versión económica y financiera moderna.

A partir de ahora, todo debe funcionar de acuerdo con los criterios del "amo
mercado". ¿Cuáles son los nuevos valores fundamentales? Beneficios rápidos,
eficacia y competitividad. En este mundo interconectado, dirigido por el
mercado, sólo sobreviven los más fuertes. La vida es una pelea, una jungla.
El darwinismo económico y social, con sus llamadas constantes a la
competencia, a la selección natural y a la adaptación, es algo que se impone
a todos y a todo. En este nuevo orden social los individuos se dividen en
"solventes" o "insolventes", es decir, en aptos para integrarse al mercado o
no. El mercado sólo ofrece protección a los solventes y, en este nuevo orden
en que la solidaridad humana no es ya un imperativo, los demás seres
insolventes son postergados y marginados.

una nueva religión,
un nuevo totalitarismo

Gracias a la globalización, sólo prosperan las actividades que poseen cuatro
atributos principales: las que sean de naturaleza planetaria, permanente,
inmediata e inmaterial. Estas cuatro características recuerdan los cuatro
atributos del mismo Dios. Y en verdad, la globalización se ha constituido en
una especie de moderna crítica divina que requiere sumisión, fe, veneración
y nuevos ritos.

Friedman nos advierte que apartarse de estas leyes nos llevaría a la rutina
y a la caída. Así, como otros propagandistas de la Nueva Fe, Friedman trata
de convencernos de que hay un camino y sólo un camino -la vía ultraliberal-
para gestionar los asuntos económicos y, en consecuencia, los asuntos
políticos. Para Friedman, lo político es, en efecto, lo económico, lo
económico son las finanzas y las finanzas son los mercados. Los bolcheviques
decían: ¡Todo el poder a los soviets! Los partidarios de la globalización,
como Friedman, exigen: ¡Todo el poder al mercado! La aseveración es tan
perentoria que la globalización se ha convertido, con sus dogmas y sumos
sacerdotes, en una especie de nuevo totalitarismo.

demasiado injusta
pero con nuevas oportunidades

Friedman. Afirma Ramonet que la guerra fría no fue un sistema internacional.
Sencillamente no estoy de acuerdo. Decir que la guerra fría no era un
sistema internacional porque no es capaz de explicar todo lo que sucedió
entre 1946 y 1989 -como el transporte aéreo o el apartheid- es simplemente
un error. Un sistema internacional no explica todo lo que sucede en una
época determinada. Es, sin embargo, un conjunto dominante de ideas,
estructuras de poder, patrones económicos y reglas que configuran las
políticas internas y las relaciones internacionales de más países en más
lugares que cualquier otro.

Ramonet dice que yo "me olvido de señalar que hay grupos de todas las
nacionalidades, religiones y etnias que se oponen vigorosamente a la
globalización". En mi libro The Lexus and the Olive Tree tengo, sin embargo,
cinco capítulos diferentes que tratan de diversos aspectos de esa reacción
violenta. El penúltimo expone, de hecho, por qué creo que la globalización
no es irreversible y señala las cinco amenazas más importantes a las que se
enfrenta: la globalización puede ser demasiado dura para demasiada gente;
puede sufrir un exceso de conexión de modo que pequeños números de gente
pueden desquiciar todo el mundo cableado de hoy; puede ser demasiado
entrometida en las vidas de la gente; puede ser demasiado injusta para
demasiada gente; y finalmente, puede ser demasiado deshumanizadora. Mi modo
de estudiarla difícilmente puede llamarse una versión a lo Walt Disney de la
globalización.

Francamente, yo puedo exponer y expongo de modo mucho más radical los
inconvenientes de la globalización de lo que lo hace Ramonet. Yo sé que la
globalización dista de ser sólo buena pero, a diferencia de Ramonet, no soy
completamente ciego a las nuevas oportunidades que genera para la gente, y
no estoy hablando exclusivamente de las minorías ricas. Que se pregunte a
los trabajadores de la alta tecnología en Bangalore, India o Taiwan, o a los
de la región de Burdeos en Francia, Finlandia, la China costera o Idaho qué
piensan de las oportunidades generadas por la globalización. Se trata de
grandes beneficiarios de las mismas fuerzas del mercado que Ramonet censura.
¿Ellos no cuentan nada? ¿Y qué decir de todas las organizaciones no
gubernamentales pro derechos humanos y ecologistas que han obtenido sus
poderes a través de Internet y de la globalización? ¿Es que no cuentan? ¿O
sólo cuentan los camioneros franceses?.

La globalización de Mcdonald's está ganando en todo el mundo

Dice Ramonet que yo "soy incapaz de darme cuenta de que la globalización
impone al mundo la fuerza de dos dinámicas poderosas y contradictorias:
fusión y fisión". ¿Por qué cree él que titulé mi libro The Lexus and the
Olive Tree? Se trata de la interconexión entre lo que es viejo y
heredado -la búsqueda de comunidad, nación, familia, tribu, identidad, el
propio olivo- y las presiones económicas de la globalización con las que
esas aspiraciones deben interactuar, representadas por el Lexus, marca de
automóviles modernos de lujo. Esas pasiones ancestrales, que saltan
contracorriente, son destrozadas, se desgarran, o simplemente aprenden a
convivir equilibradamente con la globalización.

De lo que Ramonet puede acusarme es de la creencia de que, de momento, el
sistema de la globalización viene dominando por sobre los impulsos del olivo
en la mayor parte de los sitios. Muchos críticos han señalado que mi
observación de que nunca dos países que tuvieran un McDonald's habían hecho
una guerra el uno contra el otro ha sido desautorizada por la guerra de
Kosovo. Es una pura insensatez.

Kosovo fue sólo una excepción temporal que a la postre demostró mi regla.
¿Por qué el potencial aéreo sólo consiguió poner fin a la guerra en los
Balcanes después de 78 días? ¿Porque la OTAN bombardeó a los tanques y las
tropas serbias hasta expulsarlas de Kosovo? De ningún modo. La fuerza aérea
fue eficaz sólo porque la OTAN bombardeó las centrales eléctricas, el
suministro de agua, los puentes y la infraestructura económica en Belgrado,
una moderna ciudad europea, en un país donde la mayoría de sus ciudades
quería integrarse a Europa y al sistema de la globalización. La guerra se
ganó en los círculos de poder en Belgrado y no en las trincheras de Kosovo.
Una de las primeras cosas que se reabrió en Belgrado fue McDonald's. Al
final, resultó que los serbios querían hacer cola por las hamburguesas y no
por Kosovo.

Los desheredados quieren ir a disneyworld

Ramonet cae en una trampa que atrapa a menudo a los intelectuales franceses
y a otros que se alzan contra la globalización. Suponen que el resto del
mundo odia la globalización tanto como ellos y siempre les sorprende cuando,
al final, la llamada gente normal se muestra dispuesta a defenderla. Mi
querido señor Ramonet, con todo el respeto debido a usted y a Franz Fanon,
el hecho es que los desheredados de la tierra quieren ir a Disneyworld, no a
las barricadas. Quieren el Reino de la Fantasía y no Los Miserables. Basta
con que les pregunte.

Finalmente, Ramonet dice que yo creo que todos los problemas de la
globalización serán resueltos por la mano invisible del mercado. No tengo
idea de dónde ha sacado esa cita, por no hablar de esa idea.

Todo el capítulo final de mi libro expone a grandes rasgos lo que yo creo
que los gobiernos -especialmente el norteamericano- deben hacer para
"democratizar" la globalización, tanto económica como políticamente. ¿Creo
yo que las fuerzas del mercado y la Piara Electrónica son hoy día muy
poderosas y, a veces, rivalizan con los gobiernos? Absolutamente.

Ramonet, que no distingue claramente un fondo de reserva de una reserva
india, demoniza los mercados hasta un grado absurdo. Puede que él crea que
los gobiernos son impotentes ante tales monstruos, pero yo no.

Aprecio la pasión que hay en los argumentos de Ramonet, pero confunde mi
análisis con una defensa. Mi libro no es un panfleto a favor o en contra de
la globalización, y un lector atento se dará cuenta de ello. Es un libro que
informa sobre el mundo en que vivimos y sobre el sistema internacional
dominante que lo está configurando, un sistema propulsado en gran parte por
fuerzas de una tecnología que yo no he puesto en marcha y no puedo parar.
Ramonet trata la globalización como algo discrecional e implícitamente
quiere que elijamos algo diferente. Eso es política. Yo considero la
globalización una realidad, y quiero que primero comprendamos esa realidad y
después, una vez entendida, tratemos de averiguar cómo podemos extraer lo
mejor de ella y defendernos contra lo peor. Esa es mi política.

habrá violencia si falta sabiduría

Ramonet. Thomas Friedman es realmente conmovedor cuando dice: Los
desheredados de la tierra quieren ir a Disneyworld, no a las barricadas. Una
frase como ésa merece un puesto en la posteridad al lado de la declaración
de la reina María Antonieta en 1798 cuando se enteró de que el pueblo de
París se había revelado y reclamaba el pan que no tenía: ¡Que coman
pasteles!, dijo.

Mi querido señor Friedman, relea el Informe sobre Desarrollo Humano
elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo. Confirma
que 1 mil 300 millones de personas -una quinta parte de la humanidad- viven
con menos de un dólar al día. Probablemente no les desagradaría ir a
Disneyworld, pero sospecho que preferirían, en primer lugar, comer bien,
tener una vida decente y ropa presentable, haber recibido una educación
mejor y tener trabajo. Para cubrir esas necesidades básicas, millones de
seres humanos en todo el mundo -la cifra es más abultada cada día- están sin
duda alguna dispuestos a levantar barricadas y a recurrir a la violencia.

Yo deploro la solución violenta tanto como la deplora Friedman. Si fuéramos
lo suficientemente sabios, es algo a lo que nunca deberíamos llegar. Más
bien, ¿por qué no dedicar una parte minúscula de la riqueza del mundo a los
"desheredados de la tierra"? Si dedicáramos solamente el 1% de esta riqueza
durante 20 años al desarrollo de los más infelices de nuestros hermanos
humanos, la miseria extrema podría desaparecer y con ella quizás los riesgos
de la violencia endémica.

Pero la globalización es sorda y ciega a tales consideraciones, y Friedman
lo sabe. Por el contrario, empeora las diferencias y divide y polariza a las
sociedades. En 1960, antes de la globalización, el 20% más afortunado de la
población del planeta era 30 veces más rico que el 20% más pobre. ¡En 1997,
en la cumbre de la globalización, los más afortunados eran 74 veces más
ricos que los más pobres del mundo! Y esta brecha se ensancha cada día más.
Hoy, si se suman los productos internos brutos de todos los países más
subdesarrollados del mundo -con sus 600 millones de habitantes-, no
llegarían a alcanzar la fortuna total de las tres personas más ricas del
mundo. Estoy seguro, mi querido señor Friedman, de que esos 600 millones de
personas sólo tienen una cosa en la mente: Disneyworld...

Los dioses, la razón
y ahora, el mercado

Es cierto que hay más cosas en la globalización que sólo sus aspectos
negativos. Pero, ¿cómo podemos ignorar el hecho de que durante los 15
últimos años de globalización la renta per cápita ha descendido en más de 80
países, en casi la mitad de los Estados del mundo? ¿O ignorar que desde la
caída del comunismo, cuando Occidente había organizado supuestamente una
cura económica milagrosa para la antigua URSS -más o menos, como diría
Friedman, nuevos restaurantes McDonald's-, más de 150 millones de
ex-soviéticos -de una población de aproximadamente 290 millones- hayan caído
en la pobreza? Si estuviera usted de acuerdo en bajar de las nubes, mi
querido señor Friedman, quizá fuera capaz de comprender que la globalización
es un síntoma del final de un ciclo. No es sólo el fin de la era
industrial -con las nuevas tecnologías de hoy-, no es sólo el final de la
primera revolución capitalista -con la revolución financiera-, sino también
es el fin de un ciclo intelectual, el que estaba regido por la razón, como
lo definían los filósofos del siglo XVII. La razón fue el origen de la
política moderna y prendió la chispa de las revoluciones francesa y
norteamericana. Pero casi todo lo que construyó la moderna razón -el Estado,
la sociedad, la industria, las naciones, el socialismo- ha cambiado
profundamente. Desde el punto de vista de la filosofía política, esta
transformación adquiere enorme importancia con la globalización. Desde los
tiempos antiguos, la humanidad ha conocido dos grandes principios
organizativos. Primero los dioses, y luego, la razón. A partir de ahora, el
mercado les sucede a ambos. En el mundo entero la globalización está
acabando con el estado de bienestar. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podemos
evitar que la mitad de la humanidad se rebele y elija la violencia? Conozco
su respuesta, querido señor Friedman: que les den a todos hamburguesas Big
Macs y los manden a Disneyworld. El triunfo del mercado y la irresistible
expansión de la globalización me hacen temer un encontronazo inevitable
entre capitalismo y democracia. El capitalismo conduce inexorablemente a la
concentración de la riqueza y al poder económico en manos de un pequeño
grupo. Y esto, a su vez, conduce a la pregunta fundamental: ¿cuánta
redistribución será necesaria para hacer que el dominio de la minoría rica
sea aceptable para la mayoría de la población del mundo? El problema, mi
querido señor Friedman, es que el mercado es incapaz de responder.

nos vemos en el futuro.

ilich.

¿alguna vez soñaste un borderhack?
http://neuroticos.com/borderhack

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